Cada mañana, al despertar, un sueño recurrente se hace realidad; a mi lado, día a día y pase lo que pase, se despierta junto a mí mi otro yo, mi otra consciencia. El apoyo constante e incondicional de mi vida. Siempre risueña y con ganas de ver el sol incluso en la mayor de las tempestades.
Por un instante no soy capaz de discernir entre el sueño y la realidad. Entre la realidad y un sueño sin fallos de diseño. Y en ese instante, que en duermevela me encuentro, es tan sutil la diferencia que casi pienso que al despertar el sueño se desvanecerá. Pero ahí sigue, como cada día desde el primero.
En el cuarto de al lado, un par de niños duermen también. Quizás el único momento del día en el que están casi quietos. Dos grandes razones más para agradecerte estos años a mi lado.
Con unos cuantos años a cuesta, los suficientes, a mi entender, para gritar lo que se me antoje, cualquier tiempo pasado no fue mejor, salvo en algún caso puntual, como aquel en el que compartía mi vida con mi maestro, al que echo de menos en cada paso que voy dando.
Y no significa que no disfrutara lo vivido. De la familia y de los grandes amigos que junto a mí caminaron. Y que hoy, como antaño, en vi vida algunos siguen estando.
De la carne y el pescado también he disfrutado. De lo bueno y lo malo. Y de un sinfín de noches sin días, que a mí me buscaron. Todo esto y más para recordarlo.
Pero hoy, con alguna cana que otra y aún más sabio, sigues siendo tú la que quiero que camine a mi lado. La que comparte mi mochila. La que prefiere recorrer mi camino que tomar atajos. La que me da la mano para saltar las rocas que en mi sendero han dejado.
Mi amiga, mi amante, mi Sol y mi Luna; mi día despejado.
Sabiendo como sé estar en soledad, ya no sería capaz de estar sólo.
Te quiero.
Feliz aniversario!!!
El capitán de su calle